jueves, 27 de febrero de 2014

Aquel verano




Bueno aquí os dejo otro capítulo, espero que os guste y me dejen algún comentario.





Tiempo real.



    Hacía un calor horrible, por lo menos estaríamos a unos 30º; abrí la ventanilla del coche dejando que el aire refrescara el interior, no sabía cómo me había metido en este lio. Eso me pasaba por decirle que si a todo lo que mi hermanito me pedía. Refunfuñe, porque diantres tenía que ir hacer de niñero de un par de mocosos que ni conocía y para colmo el padre de esos dos, no es que fuera uno de mis mejores amigos. Lo conocía desde pequeño, lógicamente era amigo de mi querido hermano Saúl. Bufe otra vez, si no fuera diciendo que si a la ligera esto no estaría pasando, ahora yo estaría en la playa con los chicos y tal vez solo por esta vez encontraba un novio de verdad, no uno imaginario.
Ya estaba cansado de imaginarme al mismo hombre una y otra vez enredado en mi cuerpo, mientras me hace llegar al séptimo cielo, para a la mañana siguiente levantarme sudado, en una cama fría y vacía. Tenía que dejar de pensar en él, ya habían pasado cuánto, ¿10 años?, ya era hora de olvidar que un día en mi estupidez me confesé al mejor amigo de mi hermano y este solo me rechazó dándome la espalda, dejándome allí con un mal de lágrimas y el corazón roto. Ya eso formaba parte del pasado, lo había olvidado, ya no sentía nada por esa persona; me lo continuaba repitiendo una, otra y otra vez hasta que quedara grabado en mi cerebro. No volvería a cometer el mismo error por segunda vez, ya tenía 25 años, era hora que le demostrara al metomentodo de mi hermanito que sabía cuidarme solo.
Encendí la radio poniendo a todo volumen mis canciones favoritas de R&B, cantando a pleno pulmón, esperando despejar mi mente, para cuando llegara a la boca del lobo, tenía que tener cuidado de que no me mordiera estaba vez. Solo me dedicaría a hacer lo que mi hermano me había pedido y era cuidar a los hijos de Zack mientras este estaba de viaje de negocios. Conduje una hora y media más, llegando a los portones de una finca inmensa; la casa de mis padres era grande pero esta al menos podrías sacarle dos veces de extensión. Silbe subiéndome las gafas, dejando que los rayos del sol tocasen mis retinas, desde fuera se veía hermosa, pero claro siendo el dueño quien era, no me extrañaría que hubiera que ir con zapatos acolchados por el salón. Toque el telefonillo y la voz de una mujer me respondió sonriendo, diciendo que llevaban horas esperándome. Sabía que tenía que haber llegado por lo menos dos horas antes, pero preferí viajar en mi coche, me gustaba cuando el viento tocaba mi cara, me hacía sentir libre. Además llevaba el remolque con mis preciosos caballos, que este verano les había pedido a mis padres que me lo enviasen de Brasil, al menos tendría algo que me recordara mis veranos allí sin preocupaciones, y sin tener un lio en la cabeza, pensando que me depararía este verano. Llegue a la entrada, aparcando el coche y un chico llego corriendo, para abrirme la puerta.
           -           Hola – me sonrió cuando baje dándole las llaves, después de tomar mi bolsa. – me llamo Luis voy a ser tu vecino los siguientes dos meses – me sonrió - si necesitas algo solo tienes que pedírmelo. – dijo enseñándome una fila larga de dientes perfectos y pensé que después de todo no había estado mal salir un poco de mi rutina. Al parecer empezaba con buen pie y el rubio despampanante que tenía delante podría empezar hacer mi nuevo proyecto de novio. Le sonreí dándole mi mejor sonrisa, con hoyuelos incluidos. Derek decía que esa sonrisa era letal para cualquier persona que se pusiera a mi alcance y yo quería probar suerte con este pedazo de papacito que me miraba con ganas de comerme.
           -           Encantado de conocerte – le dije extendiéndole la mano, mientras le sonreía – yo soy Diego, cualquier cosa que necesites ya sabes que puedes pedírmela también. Por favor atiende a mis caballos, supongo que estarán muertos de sed. – termine guiñándole un ojo en el momento que salía Sara la madre de Zack con su habitual sonrisa cariñosa.
           -           Ya era hora de que llegaras señorito. – dijo al llegar a mi dándome un fuerte abrazo y casi asfixiándome.
           -            Yo también me alegro de verte tita, pero vas a ahogarme entre tus pechos. – dije a punto de perder la respiración con sus habituales abrazos, que te dejaban con falta de aire y deseando no volver a estar con la cara metida entre sus enormes pechos.
           -           Es que estas muy canijo, no has comido nada, por eso te has quedado en los huesos – me regaño cuando se separó de mí, mirándome de arriba abajo como hacia mi madre cada vez que llegaba a casa por cualquier evento, por eso intentaba visitarles lo menos posible. – me llamo tu madre hace unas horas para saber si ya habías llegado, me ha dicho que apenas vas a casa y que al final sacaste la carrera. – dijo mientras me llevaba al interior de la casa y si de fuera la casa era impresionante, dentro era como un museo. Empezaba a tener miedo de tocar algo y que terminara rompiéndose. – los niños están en las habitaciones, Zack no se encuentra ahora, llegara en unos días. – me decía llevándome a la cocina más grande que jamás había visto. Me encantaba cocinar he inventar nuevas recetas. Esperaba que los hijos de Zack fueran de buen comer, porque yo era bueno en ello y me encantaba hacerlo.
Me senté en una de las banquetas, mientras veía como trajinaba por la cocina. Eso me traía recuerdos de cuando yo era pequeño y siempre terminaba metiéndome en su casa, escapando de mí hermano y de Zack que querían vestirme como a una niña. Sara siempre me salvaba, después de que se iban me daba pastel de chocolate y hacia trenzas en mi largo cabello. Desde que tenía uso de razón ella siempre ha estado a mí alrededor, así que termine llamándole tita, diminutivo de tía, cariñosamente y ésta se comportaba como tal, al ser la mejor amiga de mi madre.
           -           Esos dos se mueren de ganas de conocerte. – seguía diciendo mientras sacaba un gran pastel del horno, haciendo que mis tripas rugiesen, recordándome que no había comido nada desde la mañana y ya era medio día. – ¿Tiene buena pinta verdad? – dijo girándose hacia mí con el pastel y estuve a punto de saltar sobre él. – Sí, tienen muy buena pinta, pero no comerás hasta que te hayas lavado las manos, pongas la mesa y comas un poco de pollo a la sidra que he preparado, tienes que meter un poco de carne en esos huesos, así nunca vas a encontrar pareja. – empezó a quejarse y yo sabía que tendría para un rato. - me contó tú madre que aún no tienes a  nadie, la verdad no me extraña, con lo canijo que te has quedado y lo delgaducho que estas. recuerdo que de pequeño siempre has llevado el pelo así de largo, ¿no tienes calor con tanta cosa en la cabeza? – se dio la vuelta, sacando ese suculento pastel di mi viste y yo bufé en desaprobación. - Como sea, espero que encuentres novia o novio pronto, quiero tener a alguien más a quien mimar, aparte de a ti y a mis chicos. Por cierto ¿Cómo está el pequeño demonio de tu hermano? llevo un tiempo que no le veo – dijo sacando un montón de cacharros de la nevera y yo gruñí en frustración. Aun todos seguían tratándome como si fuera un cachorro
   -  Mi hermano está bien, de hecho, gracias a él es que me encuentro yo aquí. – refunfuñe entre dientes al recordar que pronto me encontraría con mi peor pesadilla, que justamente era su hijo. Ésta me miro alzando la ceja y yo me mordí la lengua, esperando que no se notara mucho mi animadversión hacia su pequeño Zack. - ya sabes tita, ahora estuviera en la playa, con la gente de la universidad, celebrando que ya termino nuestro tormento. – dije intentando disimular mi metedura de pata. Ella siguió mirándome como se no me hubiera escuchado y simplemente se volvió para terminar lo que hacía.
  - Si sales de la cocina y sigues por el pasillo llegaras a una escalera. Cuando subas, la segunda habitación a la derecha es la tuya, se encuentra junto a la de Zack. La de los niños está en la planta superior. – me comunico sin darse la vuelta y no me quedo más remedio que salir y hacer lo que me había dicho.
Ignore lo que dijo, sobre de que mi habitación se encontraba junto a la de Zack, simplemente no tenía que pensar en ello. Daba gracias de que su madre se encontrara allí, pensaba que me quedaría solo con los chicos y con el indeseable de Zack. Daba igual por donde lo mirase, era imposible que él hubiera cambiado de parecer 10 años después y yo no me haría ilusiones otra vez con la persona que más odio en el mundo. Además acababa de conocer a la cosita más apetecible que había visto en mucho tiempo, así que mis pensamientos sobre Zack tendrían que esperar para más tarde.
Entre en la habitación que me había dicho, quedándome parado en el centro del cuarto; en él había una cama que al menos cabían 4 personas, con eso no tenía problemas, me gustaba dormir a mis anchas en una gran cama. Me fije en el armario empotrado de la pared, era un espejo que lo abarcaba todo y al lado había un gran ventanal que llevaba a una terraza. Salí por la puerta entusiasmado, respirando el fresco aroma a sándalo, parándome en el balcón para admirar un gran jardín lleno de  flores, con una fuente en el centro y a la derecha una gran piscina cubierta con cristaleras. Se podía ver que dentro estaba acomodado para poder recrearse con unos largos baños sin que nadie te moleste. Volví a entrar en la habitación dejándome caer en la cama, estaba exhausto, solo quería comer algo y dormir una larga siesta, ya luego conocería a los hijos de Zack. Ahora solo me daría una ducha, bajaría a comer esa deliciosa comida y luego dormiría como un lirón. Me dije mirando el techo de la habitación, sintiendo como el sueño se apoderaba de mí.





Mire por cuarta vez el reloj, me estaba aburriendo horrores en la exhibición, como había terminado aceptando la invitación de Esther para venir a este horrible evento, cuando yo lo que quería era estar en casa con Zaky y Zamy. Sabía que era por la galería pero, cuantas veces tendría que decirle que odiaba estar rodeado de toda esa gente remilgada, que solo sabía hablar de cuantas acciones tenían en bolsa. Lleve la copa de champan a mis labios disimulando el aburrimiento, solo me faltaba dos horas para terminar con ese teatro y poder relajarme en la habitación del hotel.
           -           Te aburres – escuche la voz de Esther detrás de mí, mientras ponía su mano en mi hombro. Suspire, para que mentirle, si me estaba aburriendo, tal vez ella podía quitarme el aburrimiento.
           -           Qué te parece si dejamos a todas estas aburridas personas y nos vamos algún lugar donde estemos solos. – le susurre al oído apretándola a mi cuerpo, para que sintiera como empezaba a reaccionar. Llevaba semanas en las que permanecía en un estado de excitación constante, al enterarme que Diego vendría a mi casa a pasar el verano con mis hijos. Necesitaba sacármelo de la cabeza a como diera lugar, o me  terminaría volviendo loco, e iría a acabar lo que tenía que haber hecho 10 años antes cuando apenas era un chiquillo y se me confeso.
Había esperado tanto para poder reclamarlo como mío y en vez de estar en Italia con él, me encontraba aquí junto a Esther restregándose contra mí, como si fuera una gata en celos. Resople, ahora tendría que aguantarme, yo era quien la había encendido, pues como todo un campeón me tocaba apagar el fuego. Ésta ronroneo y yo al que me imaginaba entre mis brazos era a Diego, gimiendo y pidiéndome que le llevara algún rincón donde poder sofocar esa ansiedad. La pegue más a mi cuerpo diciéndole al oído que la esperaba en la oficina que se encontraba en la última planta del edificio. Esa era una de tantas que tenía en alguna parte, así que sabía que no nos molestaría nadie. Le di un beso en la mejilla despidiéndome de ella, dejándola acalorada y arreglándose el vestido. Sonreí, sabía que efecto tenía sobre las mujeres, pero en mi cabeza solo había una persona y era a la única que no podía tener porque era el hermano menor de mi mejor amigo. Suspire tocando el botón del ascensor que me llevaría a la última planta, tenía que concentrarme en otra cosa, cada vez que imaginaba la boca de Diego alrededor de mi polla, esta saltaba en aprobación, tenía los huevos a punto de reventar si no hacía algo pronto y de momento podría conformarme con tener a Esther dispuesta para mí.
Salí del ascensor entrando al despacho, llegue del escritorio mirando si tenía algún correo, todo era correo basura así que desconecte el ordenador dirigiéndome al baño. Afloje la corbata parándome delante del espejo, tenía ojeras, y empezaba a tener un  fuerte dolor de cabeza, eso me pasaba por pensar más de lo necesario. Me queje, abriendo el grifo, dejando que el agua fría refrescara mis ideas, y de paso saqué un par de ibuprofenos. Volví al despacho, dirigiéndome al mini bar, tome la primera botella de coñac que vi, llenando una copa y llevándomela a los labios junto a las dos pastillas. Rechine los dientes, pues estaba bien fuerte, pero al menos eso embotaría mi mente el tiempo suficiente, para poder tomar a Esther y olvidarme del cuerpo de mis sueños.
Volví a mi sillón con otra copa en la mano y me senté mirando hacia la calle desde la cristalera. Veía los coches pasar de un lado a otro, el ruido de las bocinas se confundía con el pasar de la gente y mi mente estaba a kilómetros de distancia en Roma, en la villa familiar. Me veía entrando en casa, viendo como venían corriendo los dos pequeños, seguidos del pequeño Husky Ham, y detrás Diego, con su largo pelo recogido en una coleta alta, llevando esos pantalones ajustados que tanto me vuelven loco, con una sonrisa de oreja a oreja que vienen a recibirme. Me recline en el asiento cerrando los ojos y dejándome llevar por la imaginación. Quería estar donde estaba esa sonrisa, con esos dos pares de hoyuelos que podían llevar a un hombre a la locura. Gemí imaginándome como sería tener mi pene dentro de esos labios carnosos, mientras hago que de sus lindos ojos azules caigan lágrimas mientras me hundo bien profundo en su garganta, hasta llenarla de mí. Dios, se sentía tan bien, quería ver como rogaba por más; baje la cremallera, para dejar salir a mi adolorido miembro, estaba a punto de reventar los boxes. Necesitaba alivio urgente, me quede paralizado al sentir unos tiernos labios sobre mi pene, gemí sin abrir los ojos, tomando del cabello a quien fuera dueña de esa bendita boca y me deje llevar en mi imaginación.
Me imaginaba a Diego de rodillas ante mí, con los ojos vendados al igual que sus manos, detrás de su espalda, con sus labios llenos abiertos para mí. Jadee cuando la lengua paso por la ranura de mi abultada cabeza, llevándose todo el pre-semen que no dejaba de llorar. Estaba a punto de correrme y quería hacerlo dentro de esa boquita que susurraba mi nombre entre sollozos y gemidos. Aguante la base de mi polla apretando los dientes, aun no quería correrme, quería darle el mismo placer a la persona que me estaba haciendo llegar al cielo. Abrí los ojos decepcionándome al principio al no ver a Diego de rodillas ante mí, pero eso no importaba ya en ese punto; lo único que yo tenía en mente era hundirme en algo caliente, que me apagara por lo menos por unas horas.
Me levante llevándomela conmigo, quitando todo lo que en la mesa se encontraba, ella dio un gritito de sorpresa cuando la deposite en ésta abriéndole las piernas y bajándole las diminutas braguitas de encaje negras, por sus largas piernas. No era lo que yo quería encontrar bajo esas braguitas, pero lo que allí se encontraba me podía valer y lleve sus piernas a mis hombros instalándome entre ellas. Esther gimió al sentir mi lengua sobre su botón rosa, y sentí como se erizaba su piel. En mi mente saboreaba el dulce néctar de Diego, mientras este se retorcía bajo mi cuerpo pidiéndome que fuera más rápido, quería sentir cuan caliente era su interior, necesitaba con urgencia hundirme en él, y reclamarlo como mio. Pero ese no era Diego, si no Esther, tenía que conformarme con el remplazo. Diego era algo prohibido para mí, primero porque era 10 años menor que yo, y segundo porque era el hermano pequeño de mi mejor amigo, nunca podría hacerle eso a nuestra amistad. Abrí un cajón lateral sacando una caja de condones, saque uno y lo coloque en mi congestionado pene, para después tomar las piernas de Esther separándoselas, entrando en ella como si la vida se me fuera en eso. La sentí gritar mi nombre una y otra vez, mientras yo seguía embistiéndola imaginándome que ese enloquecido que clamaba mi nombre era Diego. Gruñí tomándolo más fuete de las caderas hundiéndome hasta la empuñadura, rugiendo su nombre cuando al fin me liberé y deje caer mi cabeza sobre su jadeante pecho. Salí de él, quitándome el condón y lo deje caer en la papelera. Subí mis pantalones y me acerque a él para darle un beso de esos que tanto había deseado darle, pero éste se echó atrás mirándome con cara de sorpresa.
           -           ¿Por qué no quieres besarme? – le pregunte con la lengua media enredada, pensé que las pastillas junto al coñac estaban empezando hacerme efecto.
           -           Tú y yo nunca nos besamos cariño, recuerdas. Tú me utilizas como un recipiente para soltar tu frustración por no poderte follar el culo del hermano de tu mejor amigo y yo. Bueno ya lo sabes, solo quiero subir en este negocio sin complicaciones. – dijo terminando de arreglarse el vestido, dirigiéndose al baño, para asearse. Salió del baño otra vez maquillada y se acercó a mí dándome un beso en la mejilla. - Será mejor que duermas un rato corazón, te aconsejo que cierres las cortinas o mañana tendrás un mal dolor de cabeza, a y puedes quedarte las braguitas, no sé dónde las has tirado. – Dijo despidiéndose de mí en la puerta y yo me quede allí parado con cara de estúpido sin entender que había pasado. En un momento estaba en mi cama enterrado hasta las pelotas en el apretado agujero de Diego y al segundo siguiente estoy en mi oficina, con Esther media desnuda.
Tenía que empezar a plantearme en serio lo de dejar de beber, ya tenía mi plato lo suficientemente lleno con Leticia la madre de los pequeños. Esa mujer no tenía otra diversión en la vida que incordiar. Tenía que haberle hecho caso  a mis padres cuando me dijeron que no me casara con ella, pero yo no podía hacerles caso, tenía que alejarme de Diego y esa era la única manera que encontraba. Al año me hizo el hombre más feliz dándome a los dos pequeños, pero nuestro matrimonio no tenía futuro, ella sabía que estaba enamorado de otra persona y yo sabía que ella tenía un sinfín de amantes. Así que poco a poco nos fuimos distanciando hasta terminar durmiendo en camas separadas; no lo lamentaba, en el sentido de querer estar con ella, era imposible que yo volviera a tocarla después de saber que el día de nuestra boda se había acostado con uno de los amigos de Saúl y ahora estaban juntos. El problema no fue enterarme a los meses de estar casados y ella esperando a los gemelos, el problema era que me lo había dicho sin más, como si eso fuera la cosa más normal del mundo. En su momento me alegre de librarme de ella, pero después empezaron los problemas con la custodia. Lo bueno es que no los quería, solo quería que le diera casi la mitad de mi fortuna estaba loca; al final llegamos un acuerdo, dejándole dos de las mansiones en Grecia y el 10% de las acciones del bufete de abogados. Por el momento se había quedado tranquila, hasta que descubrió que había abierto la galería de arte, ahora quería tener también acciones y eso era algo que no tendría nunca. Esta galería de arte la había creado, pensando en que algún día Diego la llevaría junto a mí, así que la loca de mi ex mujer podía irse olvidando, porque no había trato. Se lo haría saber mediante mi abogado el lunes a primera hora, después de que volviera a Roma y pudiera descansar. Tenía entendido que Diego no llegaría hasta finales de mes, así que aún me quedaban unas 3 semanas para mentalizarme de que pronto empezaría mi calvario en mi propia casa.
Llegue al sofá casi arrastras y me deje caer en el sin importarme que el traje se estropeara, a la mañana siguiente me ducharía y cogería el avión a casa, ya no tenía ánimos de seguir allí sonriendo, cuando lo único que quería era ver a mis hijos. Me deje llevar por la inconciencia, llevándome a un mundo donde podía tener a mi mejor fantasía retorciéndose bajo mi cuerpo, mientras me dice que me ama. Allí me quería quedar al menos las horas que durase el efecto del alcohol y las pastillas.




 Me estire en la cama, demorándome un rato más entre las suaves sabanas, ronronee de satisfacción, hacía mucho tiempo que no dormía así de bien sin preocuparme de tener que salir corriendo por alguna emergencia. En la tienda de arte siempre tenía algún contratiempo, si no era algún artista loco que entraba reclamando, era Derek que cada dos por tres se encontraba malo, y después me enteraba que se había ido de viaje con mi hermano. De momento se la había dejado pasar, pero ahora tendrá que arreglárselas sin mí dos meses, sonreí levantándome, dirigiéndome al baño para darme una merecida ducha. Pasando antes por el espejo y lavándome la cara para despejar las lagañas que aún continuaban en mis ojos. Peine mi lizo pelo haciéndome un moño alto y después me metí en la ducha dispuesto a darme el baño más largo de mi vida. Cuando apenas llevaba 10 minutos bajo la caliente agua, un ruido sordo tras la puerta me sobresalto, cerré el grifo y pregunte quien era y una vocecilla de niña me respondió del otro lado.
-           Hola, tú tienes que ser Zack, yo soy Samy, la abuela dice que cuando estés preparado que bajes a cenar – dijo y después se marchó como si nada.
Me di prisa saliendo, colocándome la primera camiseta de tirantes que encontré, dejando mi tripa al aire, hacia demasiado calor como para ponerme mucha ropa, así que tome los primeros pantalones cortos que vi y baje dando trotes por la escalera. Al llegar al final me quede parado viendo al rubio más apetecible que  había visto en mucho tiempo, carraspee para que me prestara atención y pude ver como estuvo a punto de tragarse la lengua. Sonreí enseñándole una fila de dientes perfectos, hasta llegar a su lado.
-           Hola guapo – le dije coqueto al llegar, mirándole con una sonrisa. El me la devolvió guiñándome un ojo.
-           ¿Has podido dormir algo? – me pregunto acompañándome al comedor donde me esperaba la tita y dos pequeños morenos, de sonrisa radiante.
           -           Ya era hora de que bajaras dormilón. – me regaño la tía cuando tome asiento junto a Luis y la niña que antes había subido a buscarme. Ella sonrió y el chico que era la misma cara de ésta me miro con curiosidad.
           -          ¿Tú quién eres? – me pregunto llevándose un trozo de pan a la boca.
           -          Esos modales Zachary Diego Herrera – le regaño su abuela y me sorprendió que se llamaba como yo. Tenía que ser una coincidencia solamente.
           -          Me disculpo con su real alteza – dijo chulito el pequeño renacuajo, y me dieron ganas de darle un guantazo y borrarle la sonrisa socarrona al maleducado.
           -          Creo que tu padre tendría que darte unas cuantas clases de comportamiento enano – le dije poniéndome a la altura del pequeño mocoso que me miraba sacándome la lengua desde el otro lado de la mesa.
Luis toco mi muslo diciéndome que lo dejara pasar, que él se comportaba así cada vez que su padre se encontraba fuera de casa. Me dio algo de pena, suponía que no tendría más de 9 años, Zack tendría que sacar un poco más de tiempo para sus hijos, ya que ese pequeño demonio empezaba a sacar las uñas. Me propuse que los dos meses que estuviera allí le enseñaría a sacar tiempo para sus hijos y también le enseñaría a esa bola de pelo negro que yo sabía jugar a su juego. Cenamos entre risas, mientras Luis me contaba cosas del pueblo y Samy me decía que a la mañana siguiente podríamos ir a montar a caballo por la orilla de un lago con cascadas que se encontraba a unos metros de allí. Ese plan comenzaba a gustarme, al menos no permanecería encerrado en casa y conocería más de las tierras de Zack.
De pequeño siempre me había gustado montar a caballo, en la finca de mis padres tenía a Zatán y a mi preciosa yegua llamada Xélara. Todos los veranos que iba a Brasil, salía a dar una vuelta por los alrededores con Zatán, recordaba de pequeño cuando íbamos al rio del final de la casa grande y nos bañábamos desnudos. Solo tenía 12 años, y ya admiraba el cuerpo bien tonificado de Zack y apenas era un adolecente. Gemí moviéndome en el asiento, al sentir como mi pene empezaba a volver a la vida con esas imágenes. Me di cuenta que yo descubrí que me gustaban los chicos gracias a Zack, el verano en la casa de campo de sus padres, y él se encontraba trabajando en el granero sin camiseta, con su cuerpo bronceado, brilloso por el sudor que resbalaba por su piel. Con unos banqueros desgastados rotos en el culo y la camiseta colgando del bolsillo lateral. Me había quedado con la boca abierta parado en la puerta del granero con la limonada que llevaba en la mano. Su madre me había mandado a llevarle la limonada y a decirle que pronto estaría la comida.
 Yo solo llevaba puesto unos pantalones cortos y una camiseta atada a la cadera, hacia demasiado calor y lo último que necesitaba era terminar con un golpe de calor. Maldije por no haber recogido mi pelo que me llegaba hasta la cintura y carraspee cuando vi que se volvía hacia mí. Se me quedo mirando como si fuera la primera vez que me veía y después volvió a lo que estaba haciendo sin volverme a mirar.
           -          Déjalo ahí y márchate. – me dijo sin mirarme y la sonrisa de tonto que iluminaba mi cara cayo a mis pies.
 Maldije por ser tan estúpido y pensar que me miraría de alguna forma distinta. Con el cuerpo como el de una chica y mi piel solo bronceada por el sol. Mientras que él era un dios griego, de piel canela, de pelo tan negro como la noche y de ojos como los de un tigre. Era imposible que al menos me echara un vistazo; suspire dejando la bandeja y dándole el recado de su madre. Salí al patio secando las lágrimas que resbalaban por mi cara, monté a Xélara  y comencé a dirigirme al rio, donde siempre me escondía cuando quería perderme del mundo.
Llegue a una zona apartada donde había una pequeña cascada, y me quite toda la ropa sumergiéndome en el agua fría, llegando bajo la cascada, dejando que el agua refrescara mi cuerpo. Tal vez así podría alejarme de Zack unos 5 minutos, gemí al recordarlo sin camiseta en el granero, aquel cuerpo tenía que estar prohibido para menores de 18 años. Yo apenas tenía 16 y ya estaba achicharrando todas mis neuronas junto aquel calor sofocante. Volví a gemir al sentir una mano en mi muslo que lo apretaba disimuladamente, gire la cabeza para ver a Luis que me miraba con los cachetes rojos y no logre entender a que se debía.
           -          ¿Estás bien? – me pregunto después de carraspear varias veces y yo le mire levantando una ceja, preguntándole que a que se debía esa cara, estaba empezando a darme repelús. - es que hace un momento estabas haciendo unos sonidos un poco extraños, ya me entiendes – susurró cerca de mi oído y me recorrió un escalofrió por la espalda, haciendo que me apartara de su contacto.
           -           Sí, estoy bien – le respondí, disculpándome, pero necesitaba irme a la cama.
Había tenido un largo viaje y si quería ir a montar, necesitaba descansar un rato. Me despedí de todos, dándole un beso en la mejilla a Samy y sacándole la lengua a Zaky cuando pase frente a él. Ese pequeño mocoso me recordaba a Zack y le termine poniendo el mismo apodo con el que lo llamaba cuando aún sentía algo por él. Éste me enseño los dientes y me reí mientras me despedía, subiendo las escaleras tarareando una canción que llevaba rato dando vueltas en mi cabeza. Llegue entrando, y cerrando con llave tras de mí, no quería que nadie me molestara hasta que los rayos del sol no entrasen por esa ventana. Me dije desnudándome y dejándome caer en la cama suspirando, al sentir un suave aroma a canela, con algo de sándalo. Ronronee un poco más y me deje llevar por la inconciencia, esperaba al día siguiente poder relajarme en el lago, tal vez me diera un largo baño cuando todos estuvieran durmiendo.




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